Un libro que escribí en el año 2.007.
Toda esta parte de nuestro estudio es como una gran danza de la muerte. Para saber cómo vivieron los hombres de aquellas remotas edades hemos de observar la forma en que fueron inhumados. La muerte nos ha dejado testimonios sólidos, pétreos, indelebles. La vida ha de ser imaginada, reconstruida idealmente sobre la base de los hallazgos arqueológicos.
En la cultura de los túmulos, los cadáveres eran sepultados en tumbas, de mayor o menor tamaño, en cámaras, cofres o troncos de árbol ahuecados. Se les rodeaba de objetos y de armas para afrontar el gran viaje,
A veces eran colocados horizontalmente, en otras ocasiones quedaban en extrañas posiciones encogidas. Luego se alzaba sobre la sepultura un imponente dosel de piedra.
En la cultura de las urnas, que se generalizó por casi todo el continente, prevaleció la incineración, que no es, desde luego, un invento moderno. Los cadáveres eran quemados y sus cenizas puestas en urnas, que se enterraban en hoyos no muy profundos. Una macabra siembra de urnas cubrió los campos de Europa. Los Urnenfelder son grandes cementerios en los que, de cuando en cuando aparece algún túmulo conmemorativo. Generalmente, cerca de estos cementerios encontramos grandes plataformas de piedra, donde los cuerpos eran previamente quemados. Y no lejos de los Urnenfelder, sobre algún cerro, aparecen las moradas de los vivos, rodeadas de fosos defensivos. Estas defensas, típicas de la cultura céltica, tienen forma de anillo y han sido denominadas Ringwall.
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